No es fácil pasar del padre mío a la dinámica del Padre nuestro. San Francisco tuvo que pasar mucho para entender lo que esta plegaria que, tantas veces decimos, significaba. Para nuestro santo, como para mucha gente, el pronombre posesivo “conduce y conducía al pronombre personal yo. Todo al servicio de mis intereses personales. San Francisco recurría a su padre pidiéndole dinero, telas preciosas, carrera, diversiones; y todo lo demás no tenía ningún sentido para él; incluso la paternidad de Dios la instrumentalizaba a su servicio exclusivo. Era el eterno adolescente en el que solo cabía el afán de poseer y divertirse. Era el padre mío, a mi servicio
A
San Francisco le llegó también su momento cumbre; fue pasar del
PADRE MÍO AL PADRE NUESTRO. Puede que, en estos momentos, llegue
también a muchos. Una tarde se encontró con el Cristo de San Damián
y medio aprendió a escuchar; hasta ese momento, su mirada llegaba
hasta los confines de su propio egoísmo; y, ya sabemos, estos
límites son opacos, fugaces y cambiantes, y siempre absurdos.
Escuchó al Cristo de San Damián: ve, Francisco, repara mi casa que,
como ves, amenaza ruina. Medio entendió estas palabras;
ingenuamente, pensaba que había que reparar la capilla de San Damián
y otras que se encontraban en la mismas situaciones.
Siempre
construir, reparar algo material resulta más fácil que fijarse en
las personas. Hemos de cambiar el punto de mira, el espacio donde
nace la verdadera mirada. La que nace de los ojos de la cara suele
ser superficial, engañosa, interesada, parcial y partidista, y
siempre al servicio de intereses engañosos y absurdos. Y los
razonamientos que de ella derivan, son insubstanciales y carentes de
fundamento. San Francisco tuvo que encontrarse con el leproso; es
nuestro coronavirus; ¿Qué supuso ello? Que aprendió a escuchar y
mirar desde el corazón. Resultado:
Y es que todos los esquemas,
cuando aprendemos a mirar desde el corazón se vienen abajo; cuando
crees que estás ganando, estás perdiendo; cuando crees que eres el
último, resulta que eres el primero. Los esquemas racionales no
explican nada. Viene muy bien, y al caso, la famosa novela De A.
Camus la Peste; famosa novela publicada después de la segunda guerra
mundial; nos narra las dificultades de una ciudad, Orán, en
concreto, azotada mortalmente por una enfermedad, llamada: la peste;
recordad, el predicador quería explicar todo lo terrible que estaba
sucediendo como un castigo de Dios. La humanidad se había desviado y
había abandonado a Dios. Todo se vino abajo, cuando al predicador se
le muere un niño entre sus brazos. El niño no era presa del mal y
estaba muriendo de la peste. A Albert Camus, ahora se le vienen abajo
todos los argumentos: ¿Cómo EXPLICAR LA MUERTE DEL NIÑO? Si Dios
castiga a la humanidad por sus pecados, no debería castigar a un
niño que es inocente y muere. El mal no se puede explicar; la peste
no se puede explicar… el copid-19 no se puede explicar. Hay que
tomar una opción ante él y basta. Cuando nosotros añadimos a
nuestros males o enfermedades la inutilidad de nuestros
razonamientos, aquello que hacemos es intensificar y agravar la misma
situación.
Ante
esta situación, tiene que recurrir a otro argumento; le viene dado
por la comunidad del monasterio; también los monjes ante el peligro
de la peste que sufrían, querían huir y marcharse a otro lugar. No
es la solución más idónea. La da el mismo abad: ante la peste,
HAY
QUE SABER ESTAR…, SABER PERMANECER… SABER QUEDARSE.
Sí,
esa es la solución que da la novela, nosotros añadimos: SABER ESTAR
EN EL LUGAR QUE NOS CORRESPONDE… PERMANECER EN COMUNIÓN CON
NUESTROS HERMANOS… QUEDARSE CON TODO AQUELLO QUE EMBELLECE NUESTRO
ESPÍRITU.
Del
mal no se huye, de la peste no se huye, del coronavirus no se huye.
Es la manera que afrontamos la dificultad con Quien nos puede
fortalecer, consolar y realizar. Es la manera de que aflore de nuevo
esa faceta esencial de la persona humana, como es el mundo de la
oración-plegaria. Muchas veces, nuestras relaciones humanas pecan de
transparencia, porque carecen de esta realidad esencial. San
Francisco lo oraba de esta manera:
Y
explicaba: es la manera de que te amemos con todo el corazón,
siempre pensando en Ti; con toda el alma, siempre deseándote; con
toda la mente, dirigiendo a Ti todas nuestras intenciones; y en toda
cosa buscando tu alabanza; y con todas nuestras fuerzas, gastando
todas nuestras energías y sentidos del alma y del cuerpo, en ofrenda
de alabanza a tu amor, sin otra variación; y para que amemos a
nuestros hermanos como a nosotros mismos, atrayendo a todos, según
nuestras fuerzas, a tu amor y gozando de los bienes de los demás
como de los nuestros, y con ellos sufriendo los males, no infligiendo
ofensa alguna a ninguno.
Es
esta, parte de la explicación que San Francisco hace del Padre
nuestro. Sintamos y experimentemos la maravilla de estar con Dios,
vecinos y próximos de nuestros hermanos y siendo ofrenda sincera de
amor generoso hacia todos ellos. Esa es la madurez del PADRE NUESTRO.
No
dejéis de entrar en el blog del Racó. Recordad:
stfrancesc.blogspot.com
P.Llopis (26/03/2020)
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