Es lo que nos pide el Señor
en todo momento; ahora, que las circunstancias son más difíciles
como cuando nos son favorables. Dios nos ha creado para que vivamos
en comunión; nuestra convivencia es comunión. No caigamos en la
fácil tentación del indiferentismo, la acedia, el culpabilizar a
los otros de aquello que nos pasa a nosotros, el pasar por la criba
de nuestra incomprensión la vida de los demás. Y en todo ello,
nosotros quedamos impolutos, libres de polvo y paja, cerrados en el
altar de nuestro propio egoísmo; altar que, por otra parte, nadie
reconoce; alguna vez descubriremos la soledad del egoísmo.
Hoy el papa ha hecho hincapié
en esta faceta que, ya veis, en tiempos de Jesús ya era ordinario.
Recordad al paralítico en la piscina de Siloé. Todos esperaban el
movimiento del agua, y, cuando esto ocurría, los primeros que
llegaban, quedaban sanados. Él llevaba treinta y ocho años
esperando la sanación y no la había conseguido; y no lo había
conseguido por su estatismo, falta de opción en la vida; y, cuando
el Señor le pregunta si quiere ser curado, su respuesta es evasiva:
nadie me tiene en cuenta, no tengo a nadie que me acerque a las
aguas. En treinta y ocho años no había encontrado a nadie que le
hiciera ese favor. Es propio de estas personas indiferentes, sin
opción en la vida, exigir y poner culpabilidades en los demás.
Hay un camino más directo y
rápido que conduce a nuestra felicidad. Vamos a ser conscientes de
nuestras propias responsabilidades y dejemos de ser adolescentes
eternos, cuya vida consiste en exigir, protestar y hacer lo mínimo
posible. Tomemos nuestra cruz y sepamos responder de ella. Me viene a
la mente la actitud de un sacerdote de Bérgamo, Italia. Es el centro
de la infección del covid-19. Se encuentra ingresado en un hospital
de la localidad con fuertes problemas respiratorios; y, ante la
escasez de aparatos, renuncia a él, para que sea otra persona la que
se beneficie ese aparato. Al poco tiempo, muere este sacerdote que se
llama GIUSEPPE BERARDELLI. No tuvo funerales. A las ocho de la tarde
del día de ayer, todo el pueblo en el que él desarrollaba su misión
pastoral, salió a los balcones y lo homenajeó con un sonoro y largo
aplauso. A los santos los proclaman los demás. El egoísta es el
único que se proclama santo a sí mismo, y, ya sabéis las palabras
de Jesús:
EL QUE SE ENALTECE, SERÁ
HUMILLADO, Y EL QUE SE HUMILLA, SERÁ ENALTECIDO.
Y bien, en estas
circunstancias en las que estamos ahora atravesando, Dios nos convoca
a la comunión, a una comunión de plegaria que es el don más
grande que podemos ofrecer a nuestros hermanos. Que nos olvidemos de
nuestros egoísmos, indiferencias y divisiones, y ofrezcamos el don
de la plegaria en comunión a los demás.
Hoy, sobre Asís, está
nevando; se está vistiendo de blanco; a la soledad de sus calles,
plazas, basílicas e iglesias añadimos el manto blanco de la nieve.
Nunca Asís ha estado tan acompañado; nunca nuestras iglesias,
vacías y con fuerza cerradas, han estado, en cambio, tan repletas de
plegarias de esperanza.
Nuestras iglesias, Asís, el
tiempo con su pertinaz lluvia es todo un canto, una invitación a
una comunión de plegaria; desde esa soledad exigida, un canto se
eleva de plegaria, en comunión con todos y con todo lo que el Señor
nos presenta. Hoy el Racó, físicamente, visiblemente, es un canto
que al corazón nos llega; saltarín y con fuerza el río a todos sus
gritos lanza; solo hay que detenerse y escucharlo; su grito es
también de plegaria, y lo proclama por doquier pasa, que para un río
que canta, nadie de su alegría escapa. A todos, el grito del río,
hecho plegaria, nos alcanza: Alcudia, Veo, Sueras, Tales y Onda; sin
olvidar que a Betxí lo engalana y en Borriana descansa. Su recorrido
es triunfal; no hay nada que lo detenga. Una plegaria que grita, solo
en Dios descansa; y lo que en Dios reposa, con creces, al alma
retorna.
No ensuciemos tanta belleza
con división y desgana; mirémonos unos a otros con los ojos del
alma; que la mirada que del alma mana, tormentas y nubes pasa, sin
que nada obstaculice su triunfal ingreso en la morada divina. Es esta
nuestra plegaria en el día de hoy. Vamos a tener el coraje de llorar
de plegaria ante Dios; y que nuestros llantos de plegaria, unidos a
los del Señor y su Madre y Madre nuestra, sean los que detengan la
fuerza de tanto sufrimiento. Vamos a intensificar nuestra comunión
en la plegaria.
P. Llopis (24/03/20)
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