Descubrir el bien; discernir aquello que es nuestro bien; es algo que hemos de analizar detenidamente. Todos sabemos y hemos experimentado que aquello que, en un principio, ha sido, aparentemente, negativo, a la larga, ha sido beneficioso a nuestra vida. No está unido este discernimiento unido a lo fácil, cómodo e inmediato; más bien, todo lo contrario. El discernimiento está unido al esfuerzo, sacrificio y desconfianza en mis propias autosuficiencias. No es que estás sean las causas decisorias, pero deben estar de base; junto a esto, hemos de dejarnos llevar por el amor; lo que, en tantas ocasiones, hemos dicho como: dejarnos amar por Dios. La claridad del bien, de aquello que es bueno para nuestra vida, es LA INTENSIDAD DEL AMOR QUE DEPOSITAMOS EN TODO; si todo lo hacemos con este amor recibido de Dios, todo coopera a vivir la bondad. El milagro es de Dios que nos regala su amor SIN MEDIDA, unido a nuestro corazón que se abre a ese amor. De la simbiosis de esa doble realidad, aparece el verdadero discernimiento de aquello que es bueno para nuestra vida. Cuando recibimos ese amor de Dios, la claridad y la bondad son el adorno esencial de nuestra vida. No entremos en apariencias; el amor busca la verdad, la paz, sentirnos, como un don recibido, portadores de Dios que nos transmite valores eternos a vivir y compartir con los hermanos. Dejémonos mirar por el amor de Dios y nosotros, con su mirada, descubriremos siempre la bondad que nos conviene.
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