lunes, 9 de marzo de 2020

SINTONÍA CON LA CUARESMA Y LA PASCUA


Están a un tiro de piedra ambos acontecimientos. El 26 de Febrero empezamos la cuaresma, con el miércoles de ceniza, y el doce de abril, celebramos la Pascua. Alrededor de la Pascua, se va configurando todo el calendario litúrgico, manifestación clara de la importancia capital de esta solemnidad.
A lo largo del año, son muchas las adherencias que, a modo de inútiles preocupaciones, se van posando en nuestra vida. Dejarlas enquistar supone una merma de facultades que deben estar siempre en condiciones y disponibles para otro menester más saludable y efectivo en nuestra vida. La cuaresma tiene, pondríamos en primer lugar, este inicial objetivo: una pacífica y serena visión personal. Sin un desmesurado afán inculpatorio, ser conscientes de aquello que nos hace retroceder en el camino de la vivencia constante de la Pascua. Es lo que, con mucha frecuencia, llamamos DESPOJO. En nuestra peregrinación a Asís, es una de las característica esenciales que ponemos de base en la vivencia evangélico-franciscana.
No nos podemos martirizar queriendo llegar a objetivos de superación, si estamos anclados en la debilidad de los pies de barro. No tengamos miedo de dedicarle mucho tiempo y espacio a fortalecer los cimientos de nuestra vida. Todo ello será una fuente de caminar ligeros en medio de las tormentas que se nos puedan presentar.
Ahora bien, no hagamos solos esta nuestra, diríamos, introspección personal. Es muy fácil, si esto hacemos, no llegar a ninguna conclusión, que es lo mismo perdernos en la tarea y abandonarla. Viajar solos, tiene sus peligros. Saber buscar los acompañantes en nuestros viajes, es ya asegurar la felicidad del mismo. Pues bien, en este viaje complicado en el que descendemos al interior de nosotros mismos, es lo mismo. Hacerlo en soledad es arriesgar a perdernos en laberintos difíciles de sobrepasar. Dios nos pone los medios oportunos para que salgamos airosos en esta empresa. Y uno de los medios que nos pone es la cuaresma.
Hemos de acoger la cuaresma. Es el primer punto de nuestro viaje, diríamos como la primera estación. No nos hemos de automartirizar en descubrir, pensar, analizar hasta llegar a conclusiones que nos descubran la verdad de nosotros mismos. Es mucho más sencillo. La cuaresma es el paso de Dios que te invita a caminar con Él. No es que tú quieras caminar con Dios, no; es Dios quien quiere caminar contigo. Y…, hay que unirse al ritmo que el mismo Dios te va marcando, que, seguro, será el que te configura y te conviene.
¡Ves qué sencillo! El paso de Dios acompañante va unido a esa mirada complaciente, como demostrándote que se alegra de caminar contigo, y son sus pasos, los de Dios, y su mirada, la de Dios, son los que abrirán, con toda claridad, el panorama de tu vida, con sus luces y sus sombras, y, lo que es más importante, tanto lo positivo como lo negativo lo experimentarás al alcance de la mano. La claridad estriba en sentirte acompañado por Dios. La característica divina esencial consiste en aligerarnos el camino de nuestra vida.
En el Racó, queremos acoger la cuaresma y la Pascua. Son nuevas oportunidades que el Señor nos regala sin ningún mérito por nuestra parte. Y, efectivamente, acogida la cuaresma, nos resta entregarnos a ella. No es suficiente la acogida. Esta debe llevar implícita la entrega; con ella, con la entrega, dejamos, diríamos casi imperceptiblemente, dejamos, repito, tantos falsos apoyos que solo hacen que caminemos cansinos y cargados, que es lo mismo que no degustar las delicias que el Señor, en cada momento, nos va ofreciendo.
La entrega es la claridad en nuestro caminar. No hay posibilidad de tinieblas ni de oscuridad cuando se lleva la Luz con nosotros; y no importan las circunstancias; lo importante es ser depositario de la luz que se te regala, no ponerle impedimentos a que la Luz penetre todas las rendijas de nuestro personal santuario. Lo primero es, en el camino hacia Dios, es lo positivo que el Señor nos regala; y, lo segundo, es sentirnos iluminados y experimentar cómo, con la Luz, va cayendo a migajas todos los poros negativos de nuestro ser.
Es una manera muy bonita de afrontar nuestra vida: acoger la cuaresma y entregarnos a ella. El resto, es conquista de Dios. Paz y bien. Continuaremos.


P. Llopis 

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