sábado, 7 de marzo de 2020

PENSAMIENTOS Y VIVENCIAS DE SAN FRANCISCO



Estamos en el devenir de la novena de San Francisco. Y cada día de la novena, es un camino nuevo que nos propone nuestro santo. Hay una palabra que estaremos continuamente presentando: la minoridad; San Francisco quería que sus frailes fueran menores; expresión con la que el santo quería que sus frailes estuvieran en la parte más baja de la sociedad, que eran, a partir de la paz de 1210, la que ocupaban los más pobres de la sociedad. En dicho contrato de la paz entre burgueses y nobles, los boni homines pasan a llamarse, mayores, y los homines populi, menores. Los frailes menores deben ser los más pobres y ocupar el último estrato de la sociedad.
De aquí, también, esta primera enseñanza de esta novena: EL DIOS MENOR; es el Dios pequeño, pobre, que es el espacio del servicio, del acompañamiento; encumbrar a Dios es alejarlo del estrato de los pobres, espacio en el que se encuentran todas sus necesidades. Y, al ser menor, tiene los brazos abiertos a todos los marginados, desviados, olvidados, sin voz. Recordad el pasaje de los hermanos ladrones de las Florecillas. La reacción de los frailes, humanamente, era justificada; pero, no era propia de un fraile menor. Id, les dirá San Francisco, demostradles que los queréis; nadie nunca los ha amado; todos los han siempre marginado: son ladrones. Vosotros, los frailes menores, no; para vosotros, son los hermanos ladrones; Por eso, desde la libertad que os da ese regalo de Dios que es la minoridad, invitadles a pan y vino…, ya veis, es lo más que tenían, y, desde vuestra acogida pacífica, provocaréis en ellos, la promesa de ya nunca más asaltar a los demás.
Cuando nos sentimos propietarios de la razón, parece que nos sintamos hasta con el derecho de emplear violencia en contra de los demás. La violencia engendra violencia; aunque esta sea, humanamente justificada y razonada. Y nunca la violencia es manifestación de un corazón libre y menor, como es el seguidor del evangelio de Jesús. Y, si a la `primera invitación, los hermanos ladrones no responden oportunamente, no lo dudes, invítalos a queso y olivas, que es el no va más de la generosidad; y esta vez, allí, en la montaña, extiéndeles el mantel y haz que disfruten de la invitación. San Francisco no piensa en la respuesta; más aún, no la sabe; pero sabe que una actitud pacífica y acogedora engendra siempre nuevas actitudes positivas en aquel que la recibe.
Y así fue. Los hermanos ladrones, en virtud de ese gesto acogedor de los frailes menores, se hicieron fieles seguidores de San Francisco.
Es por eso que pasamos del Dios menor a este nuevo título:
DE LA MINORIDAD DE CRISTO A LA MINORIDAD DE FRANCISCO
San Francisco, en su vida, solo tenía un libro en el que leía todas las orientaciones de su vida. ES LA PASIÓN DE CRISTO; de todos es sabido, lo difícil y costoso que era, en su tiempo, el poder tener un libro; pues bien, aquel que poseía todas las enseñanzas más claras era el Cristo crucificado. Esto quería que sus frailes siempre tuvieran presente: el libro de la pasión. Es por eso que los artistas plasmaron, en el sacro convento, siempre bien visible la escena de la crucifixión. En la basílica inferior, sentándonos en cual asiento del coro, tendremos a la izquierda, la preciosa crucifixión de Giotto; y, a la derecha, la inconmensurable crucifixión de Pietro Lorenzetti; áun había, otra a la espalda, en el mismo ábside, que fue sustituida por la escena del juicio final que hoy contemplamos.
Si subimos a la basílica superior, tenemos la misma escena. A derecha e izquierda, sentándonos en cualquier sitio del coro, el primer espectáculo que se nos ofrece, son las dos inigualables crucifixiones de Cimabue. La máxima expresión de la minoridad, en Cristo, era su muerte en la cruz. No podía llegar a un estrato más bajo. Es esto lo que leyó palpablemente San Francisco; y, para que nunca sus seguidores lo olvidaran, se les plasmó, de una manera evidente, en cada una de las basílicas.
San Francisco, contemplando a Cristo en la cruz, pobre, menor, no podía optar por otro camino que no fuera el de la minoridad. San Francisco no es el original; el original es Jesús; nuestro santo, como es natural, imita, sigue el modelo que es Jesús; y esto desde sus inicios; la cruz de San Damián, en medio de sus dudas, ya aclara el camino a seguir; la tau, por su gran parecido con la cruz, será el santo y seña de toda su vida. El culmen aparecerá en el calvario franciscano que es el santuario de la Verna. Sentir el sufrimiento que Cristo tuvo en la cruz; y, con él, con el sufrimiento, el inmenso amor que, por nosotros, derrochó en el madero de la cruz. Y, efectivamente, San Francisco, fue estigmatizado con Él en la cruz de la Verna. La minoridad de Cristo se prolongó en la minoridad de Francisco. Podemos interpretar con todo acierto: el amor de Cristo se plasmó con toda intensidad en el mismo amor de Francisco.
Paz y bien desde el Racó.

P. Llopis



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